Haití ocupa la tercera parte de una pequeña isla situada entre el Mar Caribe y el Atlántico. Ese lugar del mapa -El Caribe-, al que uno sueña escapar cuando el trabajo le asfixia, le aburre la rutina, vive el sentir legítimo de la bajada de ánimo, por el asunto que sea.
Pero por alguna razón, que quizás tenga la causa en el resto del mundo, no pensamos en estos veintitantos mil km² cuando nuestra mente vuela buscando el paraíso. Haití está demasiado lleno, le falta sombra (de puro "ignorantes" han prendido fuego a sus “muebles” para calentarse) y además, después del 12 de Enero huele mal.
Haití es pequeño, pero no cabe en mis manos; está demasiado lejos. Hace que se me escape una lágrima ante el noticiario; me lleva a cambiar de canal -soy demasiado sensible-.
Adrienne tiene siete años, pelo recogido en trencitas, ojos negros brillantes por los que asoma la vida. Dientes blancos, sonrisa amplia, piel morena. Vestida de mil colores, hace que el Arco Iris se sienta deslavado a su lado.
Cuando baila, el suelo tiembla, de pura alegría. Su ritmo es contagioso, se propaga como una onda. Una onda suave y armónica que cuan varita mágica, va dejando una cálida luz por donde pasa.
Hoy, su desayuno ha consistido en unas galletas de lodo, camuflado con un poco de mantequilla y sal. Quizás contengan también alguna lágrima de su abuela -anciana, pese a sus cincuentisiete años-. No tiene madre -murió de SIDA- No sé si hay un padre... Con un poco de suerte, en la escuela le darán un vaso de leche.
Adrienne, sí cabe en mis manos. Es menuda y frágil, y pese a la miseria en la que amanece cada día, huele a flores recién cortadas. Su piel es suave, y su cuerpo transmite el dulce calor de desamparo. He sentido el abrazo de sus delgados brazos en lo más profundo de mi corazón. Está prendida en mi alma, como un broche precioso, capaz de hacer brillar el más vulgar de los vestidos. No se va cuando cambio de canal, por el contrario, queda aferrada a mis entrañas como si ya formara parte de mí. Siento que me necesita; aún peor, que me ha necesitado y que no he estado ahí. Pero no es rencorosa; su sonrisa continúa iluminando su cara y hace un poco menos negro mi sentimiento de culpa.
En la prensa aparecen imágenes que hieren mi sensibilidad. Pese a ello, espero que no sea el morbo la causa, no puedo evitar mirarlas. La escuela, recién estrenada en la periferia de Puerto Príncipe, es un cúmulo de escombros. Entre ellos, el crucifijo que presidía la entrada a la misma, deja a la vista la cara de un Dios impotente, que esta vez no sangra; esta vez llora. El dolor es demasiado fuerte como para ser aliviado por unos hilos, color carmesí, resbalando por su cuerpo. Siento que me mira. Aparto la vista.
Desesperada, busco alguna señal de Adrienne. Nada; tan sólo gemidos sin nombre, sin cara; llanto amargo de una Tierra que no podía aguantar más, toda la injusticia que la historia ha permitido, se ensañe en sus carnes, y ayer 12 de Enero, se le fue la mano en su quejido.
Pero por alguna razón, que quizás tenga la causa en el resto del mundo, no pensamos en estos veintitantos mil km² cuando nuestra mente vuela buscando el paraíso. Haití está demasiado lleno, le falta sombra (de puro "ignorantes" han prendido fuego a sus “muebles” para calentarse) y además, después del 12 de Enero huele mal.
Haití es pequeño, pero no cabe en mis manos; está demasiado lejos. Hace que se me escape una lágrima ante el noticiario; me lleva a cambiar de canal -soy demasiado sensible-.
Adrienne tiene siete años, pelo recogido en trencitas, ojos negros brillantes por los que asoma la vida. Dientes blancos, sonrisa amplia, piel morena. Vestida de mil colores, hace que el Arco Iris se sienta deslavado a su lado.
Cuando baila, el suelo tiembla, de pura alegría. Su ritmo es contagioso, se propaga como una onda. Una onda suave y armónica que cuan varita mágica, va dejando una cálida luz por donde pasa.
Hoy, su desayuno ha consistido en unas galletas de lodo, camuflado con un poco de mantequilla y sal. Quizás contengan también alguna lágrima de su abuela -anciana, pese a sus cincuentisiete años-. No tiene madre -murió de SIDA- No sé si hay un padre... Con un poco de suerte, en la escuela le darán un vaso de leche.
Adrienne, sí cabe en mis manos. Es menuda y frágil, y pese a la miseria en la que amanece cada día, huele a flores recién cortadas. Su piel es suave, y su cuerpo transmite el dulce calor de desamparo. He sentido el abrazo de sus delgados brazos en lo más profundo de mi corazón. Está prendida en mi alma, como un broche precioso, capaz de hacer brillar el más vulgar de los vestidos. No se va cuando cambio de canal, por el contrario, queda aferrada a mis entrañas como si ya formara parte de mí. Siento que me necesita; aún peor, que me ha necesitado y que no he estado ahí. Pero no es rencorosa; su sonrisa continúa iluminando su cara y hace un poco menos negro mi sentimiento de culpa.
En la prensa aparecen imágenes que hieren mi sensibilidad. Pese a ello, espero que no sea el morbo la causa, no puedo evitar mirarlas. La escuela, recién estrenada en la periferia de Puerto Príncipe, es un cúmulo de escombros. Entre ellos, el crucifijo que presidía la entrada a la misma, deja a la vista la cara de un Dios impotente, que esta vez no sangra; esta vez llora. El dolor es demasiado fuerte como para ser aliviado por unos hilos, color carmesí, resbalando por su cuerpo. Siento que me mira. Aparto la vista.
Desesperada, busco alguna señal de Adrienne. Nada; tan sólo gemidos sin nombre, sin cara; llanto amargo de una Tierra que no podía aguantar más, toda la injusticia que la historia ha permitido, se ensañe en sus carnes, y ayer 12 de Enero, se le fue la mano en su quejido.
Haití no cabe en mis raquíticas manos; Adrienne, sí.
Blanca Beramendi Eraso
A tantos y tantas, que en lugar de escribir, han hecho la maleta, y hoy son uno más de Haití.
Con mi más profunda admiración y agradecimiento.
Blanca, gracias por compartir desde lo más hondo... Adrienne nos lleva a mirar "nuestras manos"
ResponderEliminarQué bien has expresado lo que sentimos tantas personas. Gracias, Blanca.
ResponderEliminarGenial. Inmejorable. Si te digo la verdad, no esperaba menos de ti. La convivencia diaria contigo, me ha demostrado que detrás de cada persona hay un corazón, un gran corazón, en lucha constante por salir del pecho y demostrarle a la gente que, una vez más, la unión hace la fuerza, siendo TODOS JUNTOS quienes podremos cambiar el mundo y combatir todas sus injusticias aleatorias que hoy por hoy hay en él.
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